Jn 11, 1-45 

El evangelio que hoy leemos nos narra el extraordinario milagro de la Resurrección de Lázaro. Y esto como reflexión adelantada de la Resurrección de Cristo que pronto vamos a celebrar. Aunque es importante distinguir entre las dos resurrecciones. La resurrección de Lázaro consistió en recuperar (después de haber muerto) la vida temporal otra vez; mientras que en la resurrección de Cristo, El, en cuanto hombre después de su muerte recuperó ya la Vida definitiva, en que ya no hay otra muerte. 

El mensaje que nos trae el hecho que nos narra el Evangelio de San Juan, es muy importante: se trata de darle un sentido a la muerte, se trata de manifestar el poder que Jesús tiene sobre la vida y la muerte, se trata de anunciar ese prodigio, maravilla de Dios que es la Resurrección de Jesús (y también la nuestra). Es un mensaje maravilloso: la Vida triunfa definitivamente sobre la muerte. 

San Juan subraya especialmente el sentido de la muerte cuando dice: “esta enfermedad no es de muerte, sino para que resplandezca la gloria de Dios y la gloria del Hijo de Dios”. Aquí se nos está indicando cómo se debe tomar la enfermedad y la muerte: toda enfermedad y toda muerte deben ser así: resplandor de la gloria de Dios. Evidentemente que esto es un dato de fe, que supera toda la evidencia humana. Pero además Jesús habla de la muerte de Lázaro, como del sueño de alguien que duerme. También esto sirve para explicar el sentido de la muerte cristiana: la muerte cristiana es simplemente un sueño, del que nos despierta el Hijo de Dios; lo mismo que dice a sus apóstoles cuando habla de Lázaro “voy a despertarlo”, Jesús nos despierta también a nosotros del sueño de la muerte. 

Y Jesús manifiesta, con mucha claridad, durante todo el relato su poder sobre la muerte, y su deseo de dar vida eterna. Tiene afirmaciones que se refieren sin duda a Lázaro y al momento que está viviendo con el dolor de sus hermanas, pero que van más allá de ese momento preciso y tienen sentido universal, son un mensaje para nosotros. Así dice a Marta y nos dice a nosotros: “tu hermano resucitará”. “El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. Y todo esto lo sustenta en esa otra afirmación sublime y consoladora: “YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA”. 

Esta es una verdad sobre la que se apoya la existencia del Cristiano. Jesús es la vida y El es quien obra la resurrección. Nuestro ser se estremece ante el hecho de la muerte; nos encaminamos hacia ese punto de nuestra existencia. Frente a él sentimos dudas, incertidumbre ¿qué habrá detrás? ¿hay algo detrás de la puerta? Tantas preguntas a las que solo la fe responde. La apariencia de derrota del ser que muere, es sólo una apariencia, porque Jesús nos promete la vida, nos afirma que la muerte es un sueño del que El nos despierta. Nos dice que el que cree en El no muere para siempre. 

Y todo esto lo corroborará con su propia Resurrección, que es anunciada en esta resurrección efímera de Lázaro. Porque evidentemente la intención del Evangelista, al poner este episodio en vísperas de la muerte de Jesús mismo, es preanunciar su propia muerte y su propia resurrección. Incluso habla claramente que por este milagro queda definitivamente sentenciada la muerte de Jesús por el tribunal judío: “conviene que muera uno sólo, dice Caifás, y así profetizó que Jesús moriría por el mundo entero”. 

Y precisamente de la muerte de Jesús se puede decir lo que El estaba enseñando, que era para la gloria de Dios, que su muerte era poco más que un sueño (Lázaro estuvo muerto cuatro días, Jesús solamente tres); y en El se cumple en forma maravillosa al resucitar, que es la Resurrección y la Vida, y que vivirá y no morirá para siempre. 

Pero en todo este episodio es bueno involucrarnos: el protagonista es Jesús, Lázaro es un personaje fundamental en el relato; pero nosotros también estamos ahí: es nuestra historia, la historia de nuestra vida y de nuestra muerte, la historia de nuestra resurrección, y todo por la fuerza de Jesús, que es para nosotros Vida, porque creemos en El. Y todo el que cree en El no morirá para siempre.

P. Adolfo Franco, SJ