(Mateo 4,1-11) Hemos entrado en un tiempo especial de preparación para el evento de la Pascua, para celebrar el triunfo de la Vida sobre la muerte y toda manifestación del mal. Sin embargo, para celebrar plenamente dicho evento, tenemos que tener la mente y el corazón preparados. La Cuaresma es justamente eso: prepararse, ejercitar el alma, el corazón y las manos, para reconocernos y compartir. La escena de las tentaciones de Jesús en el desierto es el mejor reflejo de esta preparación. No solamente porque Mateo nos cuenta cómo vivió el mismo Jesús esa experiencia, sino porque nos advierte que la tentación y la lucha contra el mal son una realidad presente en nuestra propia vida y sociedad. Ambas forman parte de nuestra existencia.

Sugiero detenernos brevemente en tres detalles del relato. El primero de ellos es el numérico. 40 días en el desierto que significan los 40 días que pasó el pueblo de Israel allí o el profeta Elías caminando. Realidades que ocurren después de una acción liberadora de Dios y como prueba para lo que ha de venir. Por otro lado, un diálogo en 3 momentos entre Jesús y el tentador. Un número que habla de Dios y de lo que trasciende. Así, en esta escena vivida por Jesús, se pone a prueba lo más auténtico de nosotros mismos para seguir caminando.

El diálogo es quizás lo más resaltante del relato ¿Cómo Jesús puede hablar así con quien representa el mal? ¿Cómo el tentador es capaz de poner trampas al Hijo de Dios, como bien lo reconoce? Resistir o huir no son las opciones de Jesús, como no fue su opción renegar de Pedro o negar el pan a los que estaban como ovejas sin pastor. La opción de Jesús es ofrecer vida y eso significa también enfrentar los peligros del camino. Por eso, en este diálogo Jesús se muestra y nos muestra quién es el verdadero Dios. No es el Dios de los tronos de poder, de las alturas distantes o de las alabanzas inertes. Es el Dios cercano y compasivo, el del pesebre y la cruz. La debilidad del Dios verdadero frente a la fuerza y prepotencia de los falsos dioses. De ese Dios y de su Palabra vienen el pan, la vida y el perdón. De aquella Palabra ha venido la creación, el amor y el mismo Jesús. De aquella Palabra hemos nacido todos.

Finalmente, la precisión de los lugares. Hemos señalado la importancia del desierto. Pero están también el templo y la tierra. La tentación de llegar a lo más alto para luego caer en lo más bajo de la idolatría y la autosuficiencia. Y además hacer de la tierra una fuente de deseos e intereses personales a costa del bien común. La escena nos coloca ante dos proyectos antagónicos como son la vida y la muerte.

Cada confrontación dice algo de nosotros mismos, de nuestras fuerzas y debilidades. Expuestos a la tentación, estamos invitados a hacer del discernimiento parte fundamental de nuestra vida. Discernir es reconocer lo que viene del bien y del mal, lo que me ata y me libera. Prepararnos para caminar sabiendo que somos barro pero en manos de Dios alfarero; Que somos ceniza pero luz cuando iluminamos la vida de los demás. Discernir dando la cara al mundo fijando los ojos en Jesús, quien hace nuevas todas las cosas, todos los corazones, todos los desiertos.