(Mateo 6, 38-48) Nos encontramos ante las últimas de las seis “antítesis” de Jesús en el capítulo 5 de Mateo. De hecho, es muy apresurado llamar “antítesis” a algo que Jesús no vino a abolir sino a llevar a plenitud. La perfección de la ley no es prescindir de ella, sino encarnarla en el amor.

“Han oído que se les dijo… Pero yo les digo” Así, Jesús por seis veces va enseñando, con sabiduría, autoridad y paciencia lo que se encuentra al centro de la ley del pueblo de Israel: Liberación, y no prohibición, cuyo origen es el amor de Dios, nuestro Padre. Lo dice Jesús con autoridad, la misma que le viene “por el contacto con la gente” (Papa Francisco).

“Ojo por ojo” es la famosa ley del Talión (Lev 24, 20) que en sí misma no es mala, pues procuraba buscar justicia. Sin embargo, la justicia de Jesús, aquella divina, va más allá de la lógica equitativa humana y la experiencia de la Cruz así lo demuestra. Los siguientes cinco pedidos de Jesús (la otra mejilla, la túnica, acompañar y dar) hacen libre al amor de todo egoísmo. El amor verdadero es – digámoslo con toda claridad – gratuito.

Sin embargo, el siguiente pedido sobrepasa todo acto de generosidad puramente humano: “Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen” (v 44). Como diría Silvano Fausti: “El amor al enemigo es la esencia del cristianismo”, pues muestra con toda evidencia el amor de Dios Padre que “hace salir el sol sobre buenos y malos; llover sobre justos e injustos” (v 45). Es una búsqueda por no enfrentar al que hace el mal, sino al mal mismo; porque el que está en el error es un hermano nuestro. Si yo odio al pecador, es porque me quedo en el pecado.

“Amar a los que nos aman” y “saludar a los hermanos”, no sólo es un signo de ser cristianos, sino una obligación. Jesús da por supuesto que todo buen cristiano/a hace esto; pero hoy en día, actos tan sencillos de cercanía también corren el riesgo de ser sólo buenas intenciones. Hagamos primero todo lo que nos es posible, para dar paso luego a lo imposible con la ayuda de Dios.

Mateo cierra este discurso de Jesús con una frase que resume y la actitud del cristiano/a y que, al mismo tiempo, lo define: “Sean perfectos como es perfecto su Padre en el cielo” (v 48). Idea tomada de Levíticos 11, 44.45: “Sean santos como es santo su Padre” y que, sin embargo, Lucas la vuelve más concreta en la dinámica de la acción solidaria con el hermano en el error, con el enemigo, con quien pasa necesidad: “Sean misericordiosos como es misericordioso su Padre en el cielo” (Lc 6, 36). Así, la “perfección” (cumplimiento) para Jesús es cumplir la voluntad del Padre, y lo que el Padre sabe mejor hacer es amar. Un Padre ama a todos sus hijos, y somos hijos e hijas cuando amamos, como el Padre, a todos nuestros hermanos. Un amor que podemos traducir hoy en respeto, tolerancia, búsqueda de diálogo, promoción humana, paz.

Así, la ética de Jesús es el amor a todos, en especial a los últimos y marginados. Un amor no medible que lo hace más atrevido, necesario y real. Por ello, el cristianismo no es una religión de la ley, sino de la libertad. La libertad de amar como se es amado. Allí se hace justicia. Quien actúa mal es todavía esclavo de la ley. Por eso, dar cumplimiento a la ley, al aire de Jesús, es releerla y reescribirla (cf. Jeremías 31,33) desde el amor a Dios y al prójimo. Sólo así seremos conscientes de nuestra condición primera: hijos e hijas de Dios y hermanos en lo humano.