Ustedes permanezcan en la ciudad, que sus vidas sean bendición

(Lc 24, 46-53) Lucas es el único en contar la Ascensión de Jesús, pues sabemos que la breve mención de Marcos (16, 19) es posterior. Es un acontecimiento tan importante para él que lo coloca al final de su Evangelio y al inicio de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 9-11), narración que también escribió. Por tanto de lo que contemplemos, escuchemos y obremos de este relato una nueva vida comienza.

Dos versículos antes de este pasaje leemos: “Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí” (v 44). Y de inmediato agrega: “Está escrito que el Cristo debía parecer y resucitar de entre los muertos al tercer día” (v 46). En pocas palabras, Jesús ha unido el Antiguo y Nuevo Testamento. Su partida implica la entrega de la Palabra Revelada a sus discípulos, para que la hagan Palabra Viva.

En su último diálogo, Jesús entrega su propia Palabra, la que se ha hecho historia desde la creación del mundo y que ahora cobra un nuevo respiro, gracias a la presencia del Espíritu y al entusiasmo de la comunidad cristiana naciente. El maestro “es llevado” al cielo, como él “llevaba” a sus discípulos al monte Tabor (Mt 17,1). Ahora, desde allí sigue construyendo Reino, intercediendo (Rom 8, 34), preparando los lugares (Jn 14, 2), glorificando a Dios (Jn 17, 1). Su lugar es estar a la derecha del Padre, pues cuanto más cerca ha estado del que sufre más cerca ha estado de Dios.

El último gesto de Jesús, de aquel que sanó, predicó y perdonó, es una bendición. Así empezó la historia con Dios, bendiciendo a su creación en el Génesis (Gen 1, 27) y así empezó la venida del Hijo en el encuentro de María e Isabel: “Bendita tú eres” (Lc 1, 42). La mano de Jesús, herida por la cruz, ahora bendice a todos. No es un gesto de condena ni de juicio, sino de amor, de promesa y de paz. A pesar de las fragilidades humanas, desde aquella tarde la vida de todo cristiano puede ser bendición para los demás, oportunidad para creer y apostar por la construcción del Reino.

«Por ahora, permanezcan en la ciudad”. A eso nos invita Jesús Resucitado, a caminar por las calles, a conocer, a compartir la vida cotidiana. No se trata de quedarse paralizados contemplando el pasado, como le dirán a los discípulos: “¿Por qué permanecen mirando al cielo?” (Hch 1, 11). Jesús se aleja, pero se hace cercano. Volverá y lo que podemos preguntarnos es si encontrará todo como quiso dejarlo, si valió la pena creer y esperar, si podemos hacer del servicio un estilo de vida.

Estos hechos ocurrieron en Betania, uno de los lugares más queridos por Jesús. Los discípulos volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Hoy, Betania, Jerusalén y tantas ciudades vecinas están pasando por difíciles momentos de conflicto. Lo complejo de la situación en la Ciudad Santa, refleja la situación de muchas partes del mundo, de lo difícil que resulta mirarnos entre nosotros con la misma esperanza que miramos al cielo. Como me decía un amigo allí: “Cuando haya paz en Jerusalén, habrá paz en el mundo”.

Homilía del P. Juan Bytton, SJ

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