Isaías 63, 16 b-17.19 b: 64, 2b-7 – 1 Corintios 1, 3-9 – Marcos 13, 33 – 37

Comenzamos hoy un nuevo tiempo litúrgico, el Adviento, que nos pone en sintonía con las realidades de espera y esperanza que tanto necesitamos promover y fortalecer sobre todo en las actuales circunstancias de problemas sanitarios, sociales, políticos, económicos y eclesiales que vivimos hoy. El Adviento es todo un símbolo que nos ayuda y sirve para defender la dignidad de los hombres, de todos sin excepción, de nuestra naturaleza, de nuestras posibilidades e inteligencia, porque aceptamos como creyentes que la humanidad no tiene futuro sin el Dios del Adviento, el Dios de la encarnación, el Dios que lo da todo por nosotros hasta su propia vida para que nosotros vivamos como hijos de Dios. El Adviento es tiempo de atención y de cuidado, tiempo de vigilancia dice Jesús en el Evangelio. Tiempo de estar atentos. Atentos a tantas injusticias y desigualdades; atentos a quienes más sufren las consecuencias de esta pandemia; atentos a los grupos, personas e instituciones que están empeñadas en cuidar la Tierra y cuidar de los habitantes de la Tierra; atentos para consumir de forma que la vida sea abundante para todos; atentos a lo que está diciendo el Espíritu en los signos de los tiempos; atentos para descubrir el rostro de Cristo en quien nos necesita; atentos para no hacer ningún daño ni causar ninguna lágrima.

La primera lectura está entresacada del libro de Isaías y es la reflexión de un profeta que después del exilio de Babilonia sabe lo que es la crisis de identidad de su pueblo. Nos invita a solidarizarnos con la humanidad que implora la intervención de Dios en la historia como Padre que tiene en sus manos nuestro destino. Un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente subsistir, no tiene futuro, porque no tiene esperanza. El profeta, puesto en lugar de los sencillos y de las personas que buscan vivir dignamente, nos ofrece un «credo» sobre quién es Dios: nuestro padre y nuestro redentor. Efectivamente Dios no se ha quedado en su cielo, sino que ha bajado para ser uno de nosotros y enseñarnos a practicar la justicia y la solidaridad. Este Dios ha venido para salvarnos y liberarnos. Los profetas lo intuyeron como si lo estuvieran viendo con sus ojos. Recurren a Dios porque es el único que puede responder, porque es el único que sabe comprometerse. El profeta repasa la situación anterior y comprende que el pueblo se ha olvidado de Dios. Pero cuando se tiene un Dios de verdad, con entrañas de misericordia, que considera a los hombres como hijos, entonces sale a relucir lo que Dios es: padre y redentor (go´el). Sin Dios, padre del pueblo, no hay nada que hacer. Dios siempre sabe inventar algo nuevo para los suyos, y en este caso, el profeta, quita el título a los patriarcas para dárselo a Dios, porque Dios es más “padre” que los antepasados. De ahí que teniendo a Dios como “padre y redentor”, no importa sentirse como el “barro en manos del alfarero”, porque de sus manos siempre sale un vaso nuevo.

Este texto del Evangelio de Marcos se conoce como el «discurso escatológico» porque se afrontan las cosas que se refieren al final de la vida y de los tiempos. Es un discurso que tiene muchos parecidos con la literatura del judaísmo de la época que estaba muy determinada para la irrupción del juicio de Dios para cambiar el rumbo de la historia. La actitud de vigilancia es propia del cristiano porque se siente responsable y llamado para ser testigo de la esperanza en medio de los hombres y busca no quedarse adormecido por las luces y apariencias en este mundo. El evangelista, se vale de la parábola del portero que recibe poderes para vigilar la casa hasta que el dueño vuelva. En la historia de la humanidad siempre se repiten momentos de crisis; situaciones imposibles de dominar desde el punto de vista social y político, eclesial. La interpretación religiosa de esos acontecimientos se presta a muchos matices y a veces a falsas promesas. El hecho de que no se pueda asegurar el día y la hora pone en evidencia a los grupos sectarios que se las arreglan muy bien para atemorizar a personas abrumadas psicológicamente. Se pide «vigilancia». Significa que vivamos en la luz, en las huellas del Dios vivo, en el ámbito del Dios de la encarnación como misterio de donación y entrega. Ese es el secreto de la vigilancia cristiana. Pero vigilar, es tan importante como saber vivir con dignidad y con esperanza.

El Adviento debe sacar en nosotros a flote esa esperanza cristiana: todo acabará bien, en las manos de Dios. No nos dejemos robar la esperanza. Sin duda, la navidad de este año será diferente, pero nos acercará más a vivir la real y genuina navidad de Jesús naciendo en el corral de animales y a la intemperie, entre los pobres y sencillos y como los pobres y sencillos nacen y viven hoy en el Perú. La trasmisión del coronavirus alcanza cifras alarmantes y la única forma de protegernos es manejando con gran cuidado las relaciones sociales. Por eso este tiempo de Adviento y Navidad tendremos que celebrar en la intimidad del núcleo familiar. Sería lamentable que, por el comportamiento descuidado e irresponsable, esta fiesta de la vida y de la familia se convirtiera en escenario de enfermedad y muerte. ¡Todo depende de nosotros! Aunque nos sentimos cansados y aburridos por tantos meses de aislamiento, no podemos bajar la guardia.

Termino con el poema «Esperaré» del P. Benjamin González Buelta SJ:

Esperaré. Esperaré a que crezca el árbol

y me dé sombra.

Pero abonaré la espera con mis hojas secas.

Esperaré a que brote el manantial

y me dé agua.

Pero despejaré mi cauce

de memorias enlodadas.

Esperaré a que apunte

la aurora y me ilumine.

Pero sacudiré mi noche

de postraciones y sudarios.

Esperaré a que llegue lo que no sé y me sorprenda.

Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado.

Y al abonar el árbol,

despejar el cauce,

sacudir la noche y vaciar la casa,

la tierra y el lamento

se abrirán a la esperanza.

P. Benjamín Crespo, SJ