CUARESMA
Domingo I
Lucas 4, 1-13
La Cuaresma que comenzamos con el miércoles de ceniza, no la podemos reducir a un tiempo de sacrificio y mortificación. El sacrificio y la mortificación entendidos en un sentido cristiano, ciertamente también quedan incluidos en la Cuaresma; pero la Cuaresma es más que eso. Además la Cuaresma es un tiempo en que se medita sobre la lucha dentro de nosotros mismos entre el mal y el bien: la realidad del pecado, el arduo esfuerzo constante en el corazón del hombre para superar la tentación; todo esto está presente de muchas maneras en las lecturas y en las oraciones de la Cuaresma; este aspecto de la tentación, de la lucha contra el pecado, son también un elemento de la espiritualidad de la Cuaresma.
Pero la Cuaresma no se reduce tampoco a eso; sería poco. Hay una dimensión de la Cuaresma que no siempre ha sido suficiente resaltada: la Cuaresma como preparación o como camino. Lo mismo que el Adviento es un camino hacia la Navidad, una preparación para el hecho del Nacimiento de Jesús en nuestro mundo, así también la Cuaresma es un tiempo de preparación, un camino hacia la Pascua. Pocas veces es considerada así la Cuaresma, como un camino hacia el misterio de la Salvación, la muerte y resurrección de Cristo. Antiguamente, cuando la mayoría de los cristianos se bautizaban como adultos, la Cuaresma era su camino de preparación para el Bautismo que se recibía en la noche de Pascua. Así la Cuaresma era para ellos una preparación para su “resurrección”. Esto valga como una breve orientación en el camino de la Cuaresma.
En cuanto al Evangelio de hoy se nos pone delante el hecho de la tentación de Jesús en el desierto. Una realidad que, si no fuera porque está escrita en los Evangelios, no podríamos ni pensarla. Jesús, el Hijo de Dios, tentado en el desierto.
En esta escena están sintéticamente presentados y resumidos diversos momentos de la tentación que Jesús sufrió durante toda su vida: la tentación esencial y radical para Jesucristo es la propuesta de que escoja un camino de triunfo, una salvación espectacular, que sea un Mesías poderoso, que se aparte del camino señalado por su Padre.
La tentación es presentada en tres formas: la primera forma le sugiere que con su poder convierta alguna piedra en pan, para satisfacer su hambre de cuarenta días. Jesús la rechaza y responde con fuerza al tentador diciéndole: «No sólo de pan vive el hombre”. La segunda forma de la tentación se refiere al poder, al poder humano: que el Mesías fuese un dominador, y que lograse nuestra salvación por el ejercicio del poder humano, por la dominación: “te daré todos los reinos de la tierra”. Y la tercera tentación fue de orgullo: el Mesías bajando desde lo más alto del templo, como espectáculo soberbio. Jesús reacciona con firmeza en cada caso. El que había nacido en un establo, no iba a tomar ese camino de vanidad.
Ahí quedan resumidas todas las tentaciones que sufrimos también nosotros, y que nos pueden encaminar al mal: está la tentación del placer. Y cuántas personas son arrastradas al pecado por el afán del placer. El placer que buscamos de todas maneras, arriesgando dignidad, salud, esfuerzos, y la vida misma; gran parte de los esfuerzos humanos han sido dedicados a buscar nuevas formas de placer, algunas incluso destructivas. El poder también puede ser una tremenda tentación y a veces más fuerte que el placer: buscamos dominar a otros, ser poderosos contra el prójimo. Cuántas veces del afán desmesurado del poder brotan como de una fuente enfrentamientos discriminaciones, guerras, atentados a la dignidad de los demás. El poder que se busca por muchos caminos, por la riqueza, por la cultura, por el orgullo de raza; y todo esto conduce a los hombres a que se enfrenten, y a que se destruyan. Y por último la tentación de la vanidad y del orgullo: el creerse superiores, el envanecerse por la figura, por los títulos, por el lujo; todo esto que hace que el hombre ponga más atención a las cosas superficiales, que a las esenciales.
En este camino de la Cuaresma hacia la Pascua, este evangelio nos pide que nos liberemos de las ataduras del placer, del poder y de la vanidad, para que podamos caminar libres, acompañando a Jesús que se encamina a nuestra salvación.