(Marcos 9, 30-37)
En esta lección del Evangelio hay un contraste entre Jesús que está hablando de su voluntad de entrega total, que se llevará a cabo por la traición de Judas y la crucifixión que va a padecer, y los apóstoles que están frívolamente pensando en quién es el más importante de los doce.
Y Jesús, al darse cuenta de esta mezquindad de sus propios apóstoles, va al problema de fondo: en qué consiste la verdadera importancia; la verdadera importancia consiste en el servicio desinteresado, sin condiciones, y en favor de los más pequeños. Puede parecer una afirmación poco realista decir que en eso está la verdadera importancia; pero se ve claro si nos acordamos de la “importancia” que han tenido para el mundo tantos aparente débiles como los mismos apóstoles, e infinidad de cristianos, cuya vida fue precisamente un servicio a los más insignificantes, a los encarcelados, a los abandonados en las calles, a los enfermos incurables, a los pueblos más alejados y olvidados. Y ahí admiramos una vida que es de verdad importante.
Desde luego que el deseo de destacar, es una actitud permanente en el ser humano, deseo de ser importante, y de ser el más importante. Y depende de cuál es el objetivo que uno se traza, y en el cual quiere destacar. Buscamos ávidamente la fama, el sobresalir, los aplausos, la alabanza que nos puedan dar los demás. Y todo esto pone de manifiesto nuestra forma de entender y de apreciar la vida.
Hay quienes buscan la importancia de su propia vida, fuera de sí mismos. Yo me considero importante en la medida en que estoy en una larga fila, y, al mirar atrás, veo que hay muchos detrás de mí. Mientras haya otros con los cuales compararme y frente a los cuales sentirme superior, me siento contento. Pero así no me contento por lo que soy yo, sino porque otros son (o yo pienso que son) inferiores a mí. Es una importancia superficial, accidental: no me valoro y acepto por lo que yo soy, sino porque hay otros que yo pienso que son o valen menos que yo. Y en ese sentido me peleo para estar entre los primeros de la fila. Es una forma superficial de valorarse.
Otros se sienten contentos cuando los demás le proporcionan aplausos de una u otra forma. Hay personas que viven pendientes de los aplausos, de lo que los demás dicen de él: la fama, que al fin y al cabo es algo exterior a uno, es lo que les proporciona seguridad. Y a muchos no les importa si para obtener el aplauso, adquieren poses teatrales, porque actúan en función de lo que los demás van a aplaudir. Esa persona termina siendo esclavo de la fama, y subordinado al qué dirán los demás; son héroes, pero héroes de papel. Porque la fama, los elogios, son algo completamente exterior e inconsistente. Uno es y vale por lo que es, no por lo que los demás dicen de nosotros.
¿Por qué una persona es importante? A veces juzgamos de nuestra vida por los oficios que desempeñamos. Y evidentemente que hay trabajos que suponen unas cualidades especiales. Pero no siempre acceden a ellos los más capacitados. Y a veces nos importa más el título que el servicio y la responsabilidad. Hay a quienes les llena la vida tener una tarjeta de visita en que figure: “fulano de tal, GERENTE”; aunque sea gerente de un negocio insignificante, en que el único trabajador es él mismo, el pretendido gerente. ¡Qué ridículas son algunas poses importantes! (¡cómo se han multiplicado hoy día los títulos de “ingeniero”, “doctor”, “licenciado”, “gerente”!).
Todas estas formas de entender la importancia suponen una falta de verdaderos valores, proceden de no dirigir los esfuerzos de nuestra vida hacia donde deben encaminarse. La persona que percibe con paz y con claridad lo que realmente vale le pena, y procura poner su persona al servicio de sus hermanos, a través de los distintos trabajos que puede hacer en la vida, ése es de verdad importante, aunque nunca se mire al espejo como Narciso para ver y gozarse de lo bello y de lo importante que es. Lo importante está dentro de la persona, y no fuera de ella; lo importante es gastar la vida en el servicio.
Además Jesús, el modelo, el de verdad “más importante” nos da la la gran lección al entregarse sin límites ni condiciones, al vivir al servicio de los hermanos, hasta el punto de, a veces, no tener ni tiempo para comer. En eso consiste la “importancia” cristiana.
P. Adolfo Franco, SJ