El sermón de la montaña. Óleo sobre lienzo de Carl Heinrich Bloch.
(Mc 9, 38-43.45.47.48)
Los discípulos de Jesús vieron a uno expulsar demonios en su nombre y se lo prohibieron porque “no era de su grupo”. Querían tener la exclusiva. Este hecho se repite hoy. Hay personas que realizan obras buenas “en nombre de Jesús”, y hay personas que en vez de alegrarse de ello, las critican porque no pertenecen a su grupo. Como si el espíritu de Jesús actuara únicamente en ellos. Olvidan que es Él quien debe crecer y no mi grupo, mi corriente, mi modo de pensar.
No se trata de que los demás piensen y actúen como nosotros, sino que sigan a Jesucristo y obren el bien. Creer que sólo quienes piensan como nosotros tienen la verdad y actúan correctamente, eso es la raíz de todas las intolerancias y exclusiones, que dañan profundamente el ser de la Iglesia.
Por eso dice el Señor: Quien no está contra nosotros, está con nosotros. El evangelio nos cura de toda tendencia al ghetto, al círculo cerrado, a la crispación sectaria, a la postura intransigente y al gesto discriminador. Libre de todo aquello que divide y enfrenta a las personas, Jesús alienta en nosotros la verdadera tolerancia, que es amplitud de corazón, espíritu universal para respetar y estimar a todos los que buscan servir a los hermanos. Tolerancia, amplitud de miras, respeto, diálogo, colaboración…, son pues virtudes esencialmente eclesiales. La unidad de la Iglesia sólo podrá lograrse si, movidos por el amor, permitimos al otro ser diferente, aunque no logre “comprenderlo” y mientras no se demuestra que su proceder es erróneo.
Después de esta enseñanza, dice Jesús: Todo el que les dé a beber un vaso de agua a ustedes en razón de que siguen a Cristo, no quedará sin recompensa. La tolerancia va siempre acompañada de la magnanimidad. Hasta los más pequeños gestos de atención y acogida del prójimo, como dar un vaso de agua, son significativos, tocan personalmente al mismo Cristo.
Viene luego una frase de gran severidad sobre aquello que constituye lo contrario del amor y del servicio: el escándalo. Escándalo es toda acción, gesto o actitud que induce a otro a obrar el mal. Los pequeños y la gente sencilla creen ya en Dios, pero las acciones y conducta de los mayores pueden hacerles difícil la fe. Nada hay más grave que inducir a pecar a los débiles. La advertencia es tajante: quienes no respetan a los pequeños y se convierten en sus seductores acaban de manera desastrosa.
Pero no solamente se puede escandalizar a otros, sino que uno puede también ser escándalo para sí mismo. En este sentido, Jesús nos exhorta a examinar dónde radican las posibles ocasiones de pecado, para evitarlas.
Sus expresiones: Si tu mano, tu pie o tu ojo son ocasión de escándalo…, córtatelo”, obviamente no significan mutilación; son imágenes hiperbólicas, gráficas y de gran fuerza expresiva para movernos a una opción decisiva en favor de los valores del evangelio. Esto implica modificar el uso que damos a cosas que pueden ser muy apreciadas. Toda opción implica renunciar a otras posibilidades que no pueden mantenerse junto con el bien mayor que se ha elegido. No podemos leer estas advertencias de Jesús en clave moralista y ascética. Está de por medio la alegría que motiva y orienta hacia la plena realización de nuestra persona en Dios.
P. Carlos Cardó, SJ