Mateo 16, 21-27
Jesús manifiesta a sus apóstoles el plan de la Redención; les dice todo lo que le va a suceder en su Pasión. Y ellos reaccionan, y Pedro reacciona con un vigor excesivo y dice a Jesús: ¡eso no te va a pasar! Y Jesús responde a Pedro, como pocas veces lo hizo: ¡Apártate de mí Satanás! Y tomando pie de esta situación añade además varias afirmaciones fundamentales sobre el camino que se debe tomar para seguirlo: cargar con la propia cruz y perder la vida.
¿Y qué hacemos con esta página del Evangelio? ¿La borramos? Evidentemente que es muy central esta enseñanza de Jesús. Sabemos que es muy central para la Redención que Cristo padeciese lo que padeció. Pero de todas formas resulta complicado. Y más complicado aún es aplicarse a uno mismo la enseñanza referente al cargar la cruz y al perder la vida.
Esta enseñanza de Cristo para nuestra vida nos resulta chocante e incomprensible; pero, en contra de nuestro sentido común todo esto que Jesús nos dice es la mayor verdad que nos puede presentar para guiarnos en la vida. Aquí nos movemos en un terreno completamente desconocido, porque desafía de manera radical nuestra lógica, y el sentido común.
Después de muchos años de fe, después de dos mil años la Pasión de Cristo se ha hecho lejana y la hemos dulcificado, y por eso fácilmente la aceptamos en Cristo. Aunque deberíamos devolver a esta enseñanza su realismo y recuperar la crudeza de los hechos. Y Cristo afirma, y es la verdad, que ahí está la salvación, que ahí se encuentra el amor, y que para eso valió la pena su vida.
La plenitud, la realización ¿cómo puede estar dónde aparece el sacrificio, una aparente destrucción?
¿Cómo puede ganar la vida el que la pierde? Pienso que aquí se encuentra la más hermosa lección sobre la vida, que Cristo podía darnos. Al entregarse a la Pasión, a la suya, Jesús no sólo cumplió la voluntad del Padre, sino que nos enseñó el camino de nuestra propia vida.
Hay que darlo todo, dárselo todo, sin condiciones y sin límites. Sin tener previsiones, sin que se nos dé un adelanto de cómo será el resultado, y cómo será el camino. Fiarse plenamente y a ciegas, aunque las cosas parezcan diferentes, aunque todo lo veamos al revés: permitirle que Él me tome de la mano y me lleve por caminos que ignoro, por sitios que parecen oscuros, por situaciones de abandono. Y esto sin temores, sin titubeos, creyendo, sobre toda apariencia, que Él sabe lo que hace y que lo que hace es lo mejor que me puede pasar.
Firmar así un cheque en blanco no es fácil y sin embargo es el reto que nos plantea la Pasión del Señor, y el camino que Jesús en este pasaje nos indica: de seguirle con nuestra cruz, y perder la vida. Y ciertamente es la pura verdad que uno alcanza el tope de la vida, cuando descubre que hay Alguien al que podemos darle todo, y mejor aún, Alguien al que permitirle que tome todo: como quien pone a sus pies el baúl de nuestra vida abierto completamente, para que se lleve todo, de la manera que Él decida, sabiendo que esto es el tope y la plenitud de la existencia: así se experimenta (no sólo se sabe) que el que pierda la vida por Él, la encontrará.
Cuando se acepta eso, la entrega total sin límites, el corazón a la vez encuentra que todo es amor, y que eso es el significado hondo de la vida y nos llega a envolver una paz, como nunca habíamos sentido. Es verdad: solamente es capaz de amar de verdad el que da la vida entera. Y realmente si uno vive para amar, entonces descubre que la vida que aparentemente se había perdido, se la encuentra de la mejor manera.
El problema es cuando uno se queda a mitad de camino en la entrega, porque entonces no se llega a la luz, y la entrega se convierte más que en muerte, en tormento, y en absurdo.
Paradojas que nos desafían, y que nos invitan: por eso Él toma la delantera, para que nosotros simplemente carguemos cada uno la propia cruz y sigamos sus huellas.
Via Crucis Latinoamericano. Adolfo Pérez Esquivel. 1992.