Juan 4, 5-42
En este admirable pasaje del diálogo de Jesús con la Samaritana, hay una serie de afirmaciones de Jesús que merecerían más espacio del que un breve comentario, como éste, permite. Es la descripción progresiva de la conversión de una mujer, a la que Jesús transforma en el corazón, y en la mente.
La mayor parte de todo el discurso está centrada en el tema del agua y de la sed. Hay un agua que no calma del todo la sed, y de la que hay que beber con frecuencia; ésta sale del pozo cavado en la tierra. Pero hay otra agua que calma la sed para siempre, y que incluso termina siendo una fuente interior inagotable
Aquí está indicando Jesús esa cualidad del ser humano de tener sed, de buscar colmar sus ansias más profundas, de buscar siempre más, de no estar plenamente satisfecho nunca. Esto indica la gran dignidad del ser humano: el tener siempre sed. Es algo que ennoblece a una persona el no estar nunca satisfecho, con lo que ha encontrado, con lo que ha obtenido, con lo que ya sabe, con lo que ha hecho: siempre quiere más, siempre busca más, siempre aspira a más. Pero por otra parte también en este pasaje se está hablando de que el ser humano puede buscar saciar su sed en cosas que no dan plena satisfacción, y que siguen dejando sediento al hombre. Son bienes demasiado efímeros, muy materiales o incluso desviados. Y como ejemplo tenemos la vida “privada” de la samaritana: había tenido cinco maridos, y no había quedado calmada su sed: después de beber cinco veces, aún necesitaba volver a beber.
Y Jesús habla de que las ansias profundas del ser humano, sólo las puede calmar El mismo, que es el agua que salta hasta la vida eterna. Sólo la verdad de Dios: el reconocer en Jesús el Mesías, sólo su salvación, sólo su Verdad, pueden calmar enteramente la sed del ser humano, sólo el amor divino está hecho a la medida de nuestra sed de amor..
Jesús empieza a dar de beber a esta mujer equivocada, con sus palabras y poco a poco. Cuando la Samaritana bebió del agua que Cristo le estaba dando con su diálogo sobre sí misma, sobre El mismo, y sobre la verdad de Dios, quedó tan plenamente satisfecha, que fue corriendo a dar la noticia a sus conciudadanos: ella misma se convirtió en fuente, para dar de beber a otros. Es un diálogo progresivo, en que Cristo poco a poco va llegando al interior de su pobre interlocutora. Al comienzo tenemos una pecadora, insatisfecha, al final tenemos una mujer liberada y con un mensaje que comunicar.
El primer paso que tiene que dar Jesús está destinado a quitarle a la samaritana la arrogancia con que reacciona a las primeras palabras de Jesús. Quitar esas defensas que nos aíslan de Dios, que nos hacen aparecer autosuficientes. La samaritana autosuficiente, le dice a Jesús ¿cómo siendo judío te acercas a mí que soy una samaritana? y además hasta se burla de El, diciéndole que ni tiene un recipiente para sacar el agua del pozo. Jesús, sin entrar a discutir, sabe encontrar el verdadero camino del alma de esta mujer. Jesús al hacerle caer en la cuente de su triste suerte de tener que venir todos los días cansadamente a buscar el agua, la está poniendo en “su sitio”, le hace reconocer su indigencia.
Una vez quitado el orgullo, hay que abrirle la cabeza a la verdad y el corazón al reconocimiento del propio pecado, y al arrepentimiento de él. Jesús sabe esperar el momento oportuno para que ella reconozca que su vida no es recta, y que debe aceptar a Dios en espíritu y en verdad. Jesús utiliza como camino para que la verdad deslumbre a la samaritana, el camino de la revelación de su propio interior (has tenido cinco maridos). Entonces queda preparada para aceptar la gran verdad: Jesús es el Mesías. Con esto queda definitivamente apagada la gran sed de esta mujer.
Esto es lo que calma la sed de todos los destinatarios del mensaje de salvación: creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.