Pentecostés
Juan 7, 37-39
En todo el Evangelio de San Juan, especialmente en sus últimos capítulos, hay una revelación muy particular del Espíritu Santo. En la breve afirmación que hace Jesús en el párrafo que hoy se lee, se declara la relación que hay entre la fe en Jesús y la invasión del Espíritu Santo en el creyente. La relación entre Jesús y el Espíritu Santo, y entre la obra de Jesús y la obra del Espíritu Santo está muy subrayada en los escritos del Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento hay una clara manifestación de esta extraordinaria realidad de lo que es Dios: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y además se nos hace conocer abundantemente la realidad y actividad salvífica del Espíritu Santo.
Especialmente podemos citar, a este propósito, a San Lucas. El conecta continuamente la actividad apostólica de Jesús con el Espíritu Santo. Desde que va a aparecer en este mundo: Jesús es concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; Jesús va cuarenta días al desierto conducido por el Espíritu Santo, igualmente se hace presente el Espíritu en su Bautismo. La actividad toda de Jesús está guiada por el Espíritu Santo. Destacar esta relación entre Jesús y el Espíritu Santo es precisamente una de las características del tercer evangelio. Jesús en cuanto hombre está lleno del Espíritu Santo, actúa guiado por el espíritu Santo, y así el Espíritu Santo produce la obra de la santificación en los que reciben el mensaje de Jesús.
En San Juan también hay muchas enseñanzas sobre el Espíritu Santo; en diversos momentos de este evangelio (como en el pasaje que leemos hoy en la Misa); y especialmente en todo el largo discurso de Jesús en la última Cena (este discurso abarca casi la cuarta parte del Evangelio de San Juan). Muchas cosas dice Jesús a sus apóstoles sobre el Espíritu Santo: que estará siempre con nosotros, que es el Espíritu de la verdad y nos enseñará todo, y nos hará entender todo. Es el Espíritu el gran Don que Cristo enviará de junto a su Padre; y cuando venga, dará testimonio de Jesús, y convencerá al mundo de su error y de su pecado. Ya en la primera aparición de Jesús resucitado a los apóstoles, empieza a comunicarles el Espíritu Santo, y precisamente en conexión con el poder de perdonar los pecados.
En los Hechos de los Apóstoles (el libro de los comienzos de la vida de la Iglesia) hay también una referencia continua al Espíritu Santo y a su actuación en los creyentes. Podríamos señalar su acción especialmente en tres momentos de gran significado: en la elección de Matías, para sustituir a Judas, para que el número de los DOCE se completara, tal como había sido desde que Jesús los eligió. Un segundo momento es el comienzo de la actividad de la Iglesia, el comienzo de la vida misma de la Iglesia, el día de la fiesta de Pentecostés, en que el Espíritu Santo invade a los apóstoles. Jesús les había advertido a los apóstoles que esperasen la venida del Espíritu Santo; con esta venida Jesús les hacía entrega de todo lo que el Padre había puesto en sus manos, para que los apóstoles continuaran su obra. La predicación de los apóstoles va seguida con frecuencia de la venida del Espíritu Santo a los oyentes. Es el Espíritu mismo el que produce el fruto y hace crecer a la Iglesia. Y un tercer momento importante que señala el libro de los Hechos sobre la actividad del Espíritu Santo en la Iglesia es el Concilio de Jerusalén en que se trataba de la misión de la Iglesia a los pueblos no judíos. Es el Espíritu Santo el que aclara la polémica suscitada entre los judaizantes y los provenientes del paganismo; se trataba en resumen de declarar que la Iglesia fundada por Jesús no es una rama de la Religión Judía, no es un “remiendo nuevo en un paño viejo”.
Finalmente en San Pablo hay también abundantes enseñanzas sobre el Espíritu Santo. Se podría señalar especialmente todo lo que Pablo escribe en la Carta a los Romanos, en la primera de los Corintios, y en la carta a los Gálatas. Podríamos resumir todo lo que se dice ahí como la acción del Espíritu en los fieles, en lo siguiente: El Espíritu Santo habita en nosotros, El nos enseña a orar, nos impulsa a actuar con sus dones y carismas, ayuda a nuestra flaqueza, nos eleva para que actuemos espiritualmente.
Aunque he resumido sólo lo que dicen del Espíritu Santo, los Evangelios de San Lucas y San Juan y lo que dicen las cartas de San Pablo, pero todo el Nuevo Testamento está lleno de la presencia y la acción del Espíritu Santo.
Esto es lo que hoy celebramos en esta fiesta especial del Espíritu Santo, en este domingo de Pentecostés, con el que culmina la larga celebración durante cincuenta días de la Pascua Cristiana.