Juan 20,11-18 | Comentario:
El Evangelio de Juan se centra en la figura de una mujer, María Magdalena, una de las discípulas del Señor. María es fiel, se queda llorando junto al sepulcro. A veces nosotros olvidamos la dimensión de lo que significaba ser crucificado. Morir en una cruz era lo peor que le podía ocurrir a cualquiera, era el peor castigo para cualquier criminal, era la vergüenza social. Y eso le pasó a Jesús. Por eso los discípulos huyen, porque no quieren ser relacionados con tal vergüenza. Pero María no duda. Ella espera fielmente.
Y su espera trae consigo una recompensa. María se encuentra con el Señor, con aquel a quien busca y por quién pregunta. El Señor está frente a ella y ella no lo reconoce, hasta que él le habla de la manera familiar con la que solía hablarle, la llama por su nombre y ella reconoce la voz familiar, el tono afectivo. El Señor nos llama a nosotros también así, por nuestro nombre, con voz familiar y tono afectivo. Que sepamos reconocer la voz de Jesús y con María sepamos responder: Maestro.