La alegría del regreso. Cuando la misericordia se llama PAZ.

(Lc 15,1-32) Nos encontramos ante las tres parábolas de la misericordia en Lucas, donde se vive única y exclusivamente la alegría de haber encontrado lo perdido. La predica de Jesús en sencilla como su cercanía. A él llegan publicanos y pecadores. Sin embargo, el Evangelio nos dice también que los que murmuran son los fariseos y los escribas. Es decir, Jesús sabe a quienes predica y sabe además el efecto que sus palabras tendrán.

La oveja, la moneda y el hijo. Tres mundos distintos, tres maneras de presentar el Reino, pues así de variada es la naturaleza humana. Cada una de ellas habla de lo cotidiano, y por tanto de lo que realmente cuesta, lo que puede alcanzar para vivir, o mejor aún, para devolver la vida.

La tercera de las parábola encierra en sí misma todo el misterio del amor de Dios, porque él es Padre; y desde esa paternidad podemos acercarnos a la alegría del regreso. El amor es más grande que el pecado, porque la conversión es la posibilidad de la esperanza.

“Un hombre tenía dos hijos”. Es el Dios que desde un inicio se encarna en el Padre y se encarna en la vida y devenir de sus hijos. De inmediato, al pedir el hijo la herencia es dar por muerto al Padre. Por eso, el Padre se la reparte a los dos por igual ya que el dolor de perder un hijo es perderlo todo. Este hijo se perdió por el camino, tocó fondo, cambio de patria, de casa, de familia, se fue al otro extremo del amor. Y desde muy lejos y lo más bajo “volvió en sí” (v. 17). Cuando decide volver a la casa de su Padre toma el mismo camino que lo vio partir, pero ahora el horizonte es otro.

“Estando todavía lejos, lo vio su Padre y se misericordió (ἐσπλαγχνίσθη)”. La misma palabra y actitud de Jesús frente a la multitud sin pastor (Mt 9,36) o a la gente angustiada por la enfermedad (Mt 14,14); Al tratar con la viuda de Naín (Lc 7,13) o encarnando al buen samaritano (Lc 10,33). Ahora es el Padre que amando sabe mirar de lejos al que viene. Es la misericordia que acorta distancias, que se hace encuentro y vida nueva. Es el padre quien sale al encuentro del hijo y lo acompaña hasta entrar a casa ¿Cuánto tiempo puede durar este regreso juntos: hablando, riendo, recuperando vida? Es el Padre que sale al encuentro de cuantos hijos tiene, pues la iniciativa finalmente es de él.

“He pecado… no merezco ser llamado Hijo tuyo”. Ya no quiere ser hijo, sino jornalero. Pero el padre está cansado de tener jornaleros en vez de hijos. El que regresa ¡que sea su Hijo! Por eso, el anillo en las manos que pecaron, las sandalias en los pies que recorriendo caminos torcidos. Autoridad y dignidad, sí, pero sobretodo vida y misericordia. Con el regreso del hijo, no sólo resucita él sino también su Padre. En el encuentro, el hijo vuelve a ser hijo y el padre vuelve a ser Padre.

La misericordia tiene, en griego, el mismo origen que la palabra “entrañas” y “vísceras” (σπλαγνον). Por ello, con estas parábolas volvemos al origen de todo, a nuestra realidad de ser generados por la misericordia para refundar nuestra vida y sociedad desde la misericordia.

Escribo esta reflexión desde Bogotá, donde la misericordia tiene un nombre concreto y se llama PAZ. Luego de años de guerra interna, ahora nuestros hermanos colombianos tienen en sus manos la posibilidad de acercar distancias, de rehacer su historia. Sin embargo, el camino no es fácil, como tampoco lo fue para el hijo, o para el Padre. Pero, es la esperanza y las vidas jóvenes las que impulsan a las entrañas de la reconciliación, cuyo fruto es la Paz. No hay camino largo, ni puerta cerrada cuando “la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence” (Misericordiae Vultus, 9).