Lucas, 2, 41-52

La liturgia, como maestra de nuestra fe, en la época de Navidad nos trae varios mensajes importantes. Y por eso hoy nos hace celebrar a la Sagrada Familia. Jesús, como hombre real, necesitó una familia, para desarrollar su ser humano, de la misma forma que nosotros necesitamos de una familia, para crecer, para aprender, para desarrollarnos, alimentarnos, adquirir valores y educación.

La familia es una maravillosa realidad social ideada por Dios para el hombre, para continuar el largo proceso de hacerse plenitud. Un proceso que empieza desde que se establece nuestro código genético en el seno de nuestras madres. Estamos en un seno durante nueve meses, y en el SENO familiar durante muchos años, antes de que salgamos de él ya como adultos de verdad para empezar en plenitud nuestra propia aventura.

Al ser humano la familia le resulta imprescindible, para crecer físicamente: ahí se desarrolla nuestro cuerpo, empezamos a adquirir movimiento y a pronunciar palabras. Ahí crecemos afectivamente: el proceso del desarrollo de nuestro corazón, nuestra emotividad, nuestra sicología. Ahí vamos adquiriendo valores, esas riquezas interiores, que una persona cabal debe poseer, como un maravilloso tesoro. Ahí aprendemos a desarrollar nuestra inteligencia, nuestras habilidades, ahí aprendemos el comportamiento en sociedad.

Pero además de un ámbito de crecimiento y de aprendizaje, la familia es un ámbito de identidad: uno aprende a ser persona, a ser uno mismo, principalmente en la familia; aunque todas las otras relaciones humanas ayudan a establecer el yo personal. Y es que en familia es donde uno puede ser uno mismo, porque es aceptado como es y valorado por lo que es. Naturalmente que es imprescindible, para configurarse uno mismo, el poder tener “los modelos” adecuados. Y estos son principalmente el padre y la madre, los dos juntos, para cada uno de los hijos. Esa es una maravillosa función de la familia, el lograr que la individualidad de un ser se afiance como tal.

Además la familia cumple otras muchas funciones, como ser el sitio del descanso, y de la recuperación de las fuerzas. Es un ámbito donde uno se siente protegido de la fatiga, y de la agresión (a veces es hostilidad, a veces sólo desgaste) que produce el mundo exterior. El trabajo, las ocupaciones del colegio, las relaciones con “otros” en distintos campos, a veces producen impactos, de los cuales uno se recupera en el hogar, en la familia; claro, con la condición de que la familia sea familia.

La familia debe ser un conjunto de personas, entrelazadas por relaciones creadoras de afecto, aprecio, estímulo, comprensión, aceptación, comunicación, sustento. Claro es importante que todos sus miembros asuman activamente el papel, que en estas relaciones les corresponde. Las ausencias a veces son sustituidas por miembros del exterior, que no tienen la misma capacidad de producir esos buenos efectos. Las personas que no encuentran en su propia familia las relaciones creadoras adecuadas, es normal que tiendan a buscar fuera los lazos, de los que en su familia hay carencia. También es cierto, por otra parte, que la familia sana, no debe construirse en base solo a relaciones internas, sino que debe tender puentes hacia el exterior, para enriquecerse ella misma.

Mucha riqueza tiene la familia, la que Dios nos ha dado, y que hoy celebramos. Jesús quiso nacer en una familia y santificar la familia. El tuvo una infancia en familia, donde aprendió, donde creció en sabiduría y gracia; familia en la que fue desarrollando todas sus facultades humanas. Hoy celebramos a María, José y el Niño, como Sagrada Familia. Y celebramos también cada uno a nuestra propia familia, uno de los dones más preciados que Dios nos ha concedido.